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Lee tres poemas de Rosalía de Castro

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Ángel

¡Pobre niña! ¿Qué serpiente, con malicia tentadora, ha tornado pecadora a la paloma inocente?

¡Tú, fuente límpida y pura, buscar sin paz ni reposo el áspid más venenoso bajo la peña más dura!

Detén la osada carrera, vuelve a tu nido, paloma, ¡guay si en tu seno de aroma su presa el milano hiciera!

Rosa que el céfiro mece, ¿qué harás si aquilón te abruma? Ampolla de blanca espuma serás, que nace y perece.

Deja a los fieros instintos llenar fieros corazones: corderillos y leones van por caminos distintos.

Naciste para gustar las dichas del bien querer; si amargo es aborrecer, ¡cuán dulce cosa es amar!

Mujer

Ángel, tu voz de alegrías llega a mi agitado seno como raudal puro y lleno de secretas armonías.

Murmurios siento de amor inefable, y me parece que ancho río en torno crece con suavísimo rumor.

Sus aguas son como el cielo, azules, cada onda leve, pureza de blanca nieve, muestra con casto recelo.

Y salpicando mi frente, de nubes oscuras llena, cada gota una azucena hace brotar de repente.

¡Esta es la paz!... La comprendo ahora, por vez primera. ¡Quién, ángel, contigo fuera las esferas recorriendo!

Mas yo en el mundo... y tú allá... vives, ángel, junto a Dios, somos distintos los dos: tú eres luz, yo oscuridad.

Eres de un mundo mejor que este en donde yo nací; gloria es amar, para ti; para mí, solo dolor.

Ángel

Fruto humano es verde fruto que va a madurar al cielo; solo allí se halla consuelo, solo aquí quebranto y luto.

Mas, el que salvo del mar del mundo quiera salir, ni le ha de cansar sufrir, ni fatigarle llorar.

Que el llanto de un mártir sube hasta Dios, cual puro incienso de holocausto, el cielo inmenso llenando en forma de nube.

¡Feliz el átomo leve, que rueda entre el polvo vano, a quien hiere toda mano, y a quien todo pie se atreve!

¡Y feliz también aquel que en su humildad confundido no supo herir si fue herido, dando dulzuras por hiel!

Guarda, pues, niña inocente, guarda el perdón en tu seno, que él te limpiará del cieno que arrojen sobre tu frente.

Y deja al rencor sañudo dormir su sueño de horrores, donde angustias y temores se enlazan con fuerte nudo.

Dios te lo ordena: «ama y llora, perdona siempre y espera», y serás alta palmera que el sol en las cumbres dora.

Y las santas, tus hermanas vírgenes que guarda el cielo, bordaránte el casto velo que aleja sombras profanas.

Del hombre el brazo más fuerte solo es en la humana vida aura que corre perdida hacia el seno de la muerte.

¡Belleza... poder... ventura...! Humo todo, y solo eterno el mal que vuelve al infierno, el bien que torna a la altura.

No olvides esto, y al lecho vuelve, que casto te espera. ¡Paloma, no el cielo quiera que halles tu nido deshecho!

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